Las pruebas auténticas de los tratamientos médicos deben planificarse con cuidado. Nos referimos a los documentos que exponen esta planificación como protocolos y, entre otras cosas, en ellos se especifican los detalles sobre los tratamientos que van a compararse. Sin embargo, aún los planes más organizados no siempre funcionan como se espera. Los tratamientos que los pacientes realmente reciben en las pruebas a veces difieren de los que se tenía la intención de administrarles. Al interpretar los resultados de las comparaciones entre tratamientos deben tenerse en cuenta estas desviaciones de la intención.
Una de las razones por las que se introdujeron los placebos en la evolución de las pruebas auténticas de los tratamientos médicos fue reducir estas desviaciones del tratamiento que se intentaba administrar (Kaptchuk 1998). Pero todo puede ir por mal camino aún en los estudios controlados con placebo. Durante la segunda Guerra Mundial, personas que estaban resfriadas recibieron una solución de un fármaco denominado patulina y se las comparó con otras personas que sólo recibieron el líquido en el que se había disuelto la medicación (MRC 1944). El análisis de los resultados no reveló ningún efecto beneficioso de la medicación pero entonces surgió una duda: el líquido utilizado para disolver el medicamento podría haberlo inactivado. En otras palabras, ¡más de 1000 pacientes podrían haber participado en la comparación de dos tratamientos inactivos! Por fortuna, las pruebas confirmaron que la patulina utilizada en el estudio sí había estado activa, aunque no había generado sobre los resfríos efectos que pudieran detectarse (Chalmers y Clarke 2004).
Los tratamientos que se reciben pueden diferir de los tratamientos que se intenta administrar debido a una cantidad de razones. Los médicos, por ejemplo, pueden decidir que el tratamiento al que se han asignado algunos de sus pacientes en una comparación formal de tratamientos no debería administrárseles; los pacientes pueden rechazar el tratamiento que se les ha asignado o no seguirlo como deberían; puede que se administren dosis diferentes de las previstas; o es posible que se agote la provisión de uno de los tratamientos.
Cuando surgieron diferencias en los resultados de tratamientos aparentemente idénticos para la leucemia administrados a niños británicos y estadounidenses, por ejemplo, la investigación reveló que los resultados peores obtenidos en Gran Bretaña reflejaban la resistencia de los médicos británicos a continuar con la quimioterapia cuando se desarrollaron efectos tóxicos desagradables (Grupo de Trabajo del Consejo Médico de Investigación sobre leucemia en niños 1986).
Por estas razones, las interpretaciones de pruebas auténticas deben tener en cuenta la posibilidad de que los tratamientos recibidos no fueran aquellos que se había intentado administrar. Si han surgido discrepancias entre la intención y la práctica, es importante considerar las implicaciones para interpretar la evidencia.